miércoles, 26 de abril de 2017


LA ÚLTIMA CENA DE ABRAHAM LINCOLN


    Las ostras estaban muy frescas y la sopa de tortuga excelente, pero declinó probar el fricasee de pollo porque dijo que tenía dolor de cabeza y, además, prefería reservarse para el postre.
    Desde que habían llegado a “ese lugar”, como solía llamar él a la Casa Blanca, comía más bien poco; y desde la muerte de Willy, su hijo, había adelgazado más de diez kilos.
    El criado blanco entró con el pastel de almendras en una bandeja de porcelana y cortó dos trozos, uno bastante generoso para él y uno normalito para ella. Abraham cogió su trozo de pastel con las manos, como le gustaba hacer, pues le parecía ridículo tener que cogerlo con cuchillo y tenedor. Ella le dio un toque de atención que él no pudo ignorar. El rió, miró el trozo de pastel y dijo:
    -Pero, Mamá, si hoy solo estamos tú y yo...
    -Y Willy- matizó ella.
   El señor Johnson anunció que el coche estaba listo. A pesar del dolor de cabeza, Abraham no quería perderse la obra de teatro.




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