LA
ÚLTIMA CENA DE ABRAHAM LINCOLN
Las
ostras estaban muy frescas y la sopa de tortuga excelente, pero
declinó probar el fricasee de pollo porque dijo que tenía dolor de
cabeza y, además, prefería reservarse para el postre.
Desde
que habían llegado a “ese lugar”, como solía llamar él a la
Casa Blanca, comía más bien poco; y desde la muerte de Willy, su
hijo, había adelgazado más de diez kilos.
El
criado blanco entró con el pastel de almendras en una bandeja de
porcelana y cortó dos trozos, uno bastante generoso para él y uno
normalito para ella. Abraham cogió su trozo de pastel con las manos,
como le gustaba hacer, pues le parecía ridículo tener que cogerlo
con cuchillo y tenedor. Ella le dio un toque de atención que él no
pudo ignorar. El rió, miró el trozo de pastel y dijo:
-Pero,
Mamá, si hoy solo estamos tú y yo...
-Y
Willy- matizó ella.
El
señor Johnson anunció que el coche estaba listo. A pesar del dolor
de cabeza, Abraham no quería perderse la obra de teatro.
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