05.11.2011
Ayer,
cuando su tío Ernesto le trajo un patito amarillo que hace tres
veces “cuacuacua” cada vez que le aprietas la barriguita, estaba
de mejor humor que hoy, puesto que le están saliendo los dientes y
no para de llorar. Su padre la ha cogido en brazos y se ha callado
tres minutos justos y ¡dale! vuelta a empezar. También le ha puesto
el chupete, pero lo ha escupido, y luego se lo ha metido en la oreja
y también en el ojo, en todas partes menos en la boca, y venga a
llorar. Yo estoy tan histérica que voy a ponerme unos tapones en los
oídos... ¿Dónde he puesto mis tapones? Ah, sí... aquí... Dios,
que sucios están, tengo que comprarme unos nuevos, pero no los
quiero de esponja porque se rompen y no duran nada. Ahora me siento
mucho mejor. ¡Qué silencio! Por mi como si se desgañita. ¡Uf!
entre el stress de la peque y el cansancio llevo casi tres noches sin
pegar ojo. He notado que, cuanto menos duermo, más sueños tengo.
Son como flashes que se van solapando entre sí; algunos de ellos son
muy desagradables; el del coche que se estrella al salir del
autopista con la mujer morena de las gafas de sol y la niña dentro
ha sido el peor de todos. No puedo sacármelo de la cabeza. La niña,
según la psicóloga, soy yo, y estoy en una situación que no puedo
controlar, a punto de estrellarme... Pero ¿Y la mujer morena con las
gafas de sol? ¿Quien es? Aún no lo he descubierto y, por si esto
fuera poco, hace semanas que los vecinos del primer piso están de
fiesta todas las noches. Es acostarte y apagar la luz que empiezan
los lloros de la peque y las juergas de los vecinos. Andrés fue a
decirles algo ayer. Oí como les decía de manera contundente que, o
bajaban el volumen, o avisaba a la policía. Se calmaron pero hoy ya
se han olvidado, no creo que el aviso que les dio fuese tan
contundente.
Esta
tarde las copas de los plataneros estaban llenas de luz y ha venido
la madre de Andrés trayendo un peto de color rojo para la peque, que
a mi me gusta mucho porque es ancho, muy cómodo y además huele
bien, no como la ropa que trae Andrés de los grandes almacenes, que
siempre es estrecha, barata y no te dura ni cuatro días. Cuando se
ha ido, Andrés se ha enfadado conmigo porque cada vez que su madre
coge en brazos a la peque dice que yo pongo mala cara. No entiendo
porqué mira tanto mi cara si no le gusta. Él me ha dicho que se
notaba a la legua que hoy yo estaba incómoda porque había levantado
la ceja y había arrugado la nariz dos veces y se ve que eso lo hago
siempre que me pongo celosa, y que lo hago sin ningún motivo, porque
su madre solo viene una vez por semana, y qué menos, y que yo soy la
madre de la peque y no tengo nada que temer, que ella no es una
ladrona de niños. Lo de la ceja no es verdad, pero lo que si que es
verdad, aunque ya lo hemos hablado muchas veces, y Andrés debería
haberlo comprendido, y haberme dejado en paz de una vez por todas con
el maldito tema, es que soy celosa y me pongo celosa por nada. Pero
¿Y qué?... ¿Pasa algo?. No, qué va a pasar, pero para Andrés
admitir que alguien pueda tener debilidades es casi una injuria, así
que Don Perfecto me ha dicho que eso no es suficiente, que debo hacer
algo por evitar mis ataques de celos, o sea, corregir mi actitud,
como si él hiciese algo por evitar otras cosas que a mi me molestan
y en las cuales ahora no me apetece entretenerme. Con el tema de su
madre enseguida se ha puesto hecho una furia como si esa mojigata
insoportable, porque lo es, nunca se hubiera puesto celosa por nada,
y hemos empezado a discutir justo cuando se han encendido las luces
de la calle y el dueño de la pizzería ¡joder está buenísimo!
estaba fumando un cigarrillo. Hemos subido el tono hasta ponernos a
gritar, y a mi cuando me gritan es que no lo soporto (aunque yo
también gritaba) y he agarrado lo primero que he visto, que
resultaban ser sus gafas de leer, las he cogido por las patillas y
cuando se las enseño él me dice: “¡ni se te ocurra hacer eso!”,
pero yo estaba tan alterada que he retorcido las patillas con todas
mis fuerzas, pero las muy putas no se rompían, y veía como su cara
se ponía lívida, y eso me ha animado a retorcerlas muchas veces,
con muchísima rabia, para fastidiarle, hasta arrancar de cuajo las
bisagras. Entonces he cogido, se las he enseñado y las he arrojado
al suelo con fuerza para que se rompieran los cristales en mil
pedazos. Su reacción ha sido la de siempre: primero me mira con
ganas de arrancarme la cabeza, pero no lo hace, y luego empieza a
soltar su sempiterno discursito moral, con ese tono grave de Hamlet
que me pone de los nervios. Me dice que si estoy como una puta
cabra... que si me gusta humillarle... que si no me controlo ...que
si esto se ha acabado... que si la peque sufrirá; como si esto
último no lo supiésemos ya de sobras... y que si me pienso que las
gafas son gratis. Pero es que en ese momento a mí me importaban una
mierda sus gafas y así se lo he dicho. Estoy pensando que sería un
buen momento para coger a la niña y largarme a casa de mi padre
porque no le soporto más y es que esta casa, toda mi vida, desde por
la mañana hasta por la noche, me parece una tortura insufrible.
Puedo coger a la niña cuando él esté durmiendo, llenar una bolsa
con su ropa, sigilosamente para no despertarle, y saldría por la
puerta para no volver nunca más. Y un día me enamoraré otra vez.
La
peque, claro, con tanto grito, se ha puesto a llorar y él se ha
sosegado, y eso me ha hecho bajar el tono de voz y luego lo ha bajado
él un poco más, y luego yo un poco más todavía, y al final nos
hemos echado un par de reproches en voz muy, muy bajita, casi
susurrándonos, y me he quedado súper tranquila. El ha soltado un
resoplido y me ha mirado con tristeza como si yo estuviera
espiritualmente a millones de kilómetros de él y ha empezado a
recoger del suelo los restos de sus gafas. ¡Ohh! el estómago me ha
dado un vuelco y casi me pongo a llorar cuando él trataba de
reconstruir el puzzle en el que yo había convertido sus pobrecitas
gafas y le he dicho que lo sentía, porque lo sentía de veras. Y él
ha dicho muy abrumado: Ahora tendré que comprarme unas gafas nuevas”
y se ha metido en el dormitorio cabizbajo. Lo he visto triste. Se
notaba que le había afectado la discusión. Ahora veo que me he
pasado, lo admito, es más, me he comportado como una mala puta, sin
duda, pero ahora ya no puedo hacer nada ¿no? o sea que es mejor no
pensar más en ello, además, es él quien se pone insoportable con
el tema de los celos, como si los demás no tuvieran celos alguna
vez. Y eso que ya le había dicho antes de comer que había hablado
con mi psicóloga y que había llegado a la conclusión de que nunca
más iba a aguantar nada que me molestase.
A la
peque ya le toca la siguiente toma. Andrés le está cambiando el
pañal. ¡Ha engordado muchísimo! Lo noté por primera vez el otro
día y hasta entonces ni siquiera me había fijado, pero el otro día
sí que me fijé, porque estaba de perfil en el cambiador, como está
ahora. Le ha salido una barriga en forma de “B” y le cuelgan los
michelines por los lados como si fuese un helado de vainilla encima
de un cucurucho. También le ha salido papada, y eso, creo, es
incluso peor que lo de los michelines. Debería volver al gimnasio
para rebajar esos kilitos de más, porque cuando le conocí estaba
delgado y ¡buf! Me viene a la memoria aquel día que íbamos en
taxi, al principio de conocernos, cuando aún no salíamos pero
veníamos de una fiesta, y me entraron aquellas ganas locas de
violarlo allí mismo. Pero no lo hice.
La
peque ya está cambiada, ahora le toca la teta. Siento un terrible
dolor en el pezón que hace días que no se me va, pero a la peque
eso le da igual porque se ha abalanzado sobre mi como una loba
hambrienta. Andrés también se ha sentado en la cama y se ha puesto
a mirar la pared blanca como una estatua de mármol, como hace
siempre que sale de un enfado, sin decir ni mu. ¡Uf!... como me
duele, tengo unas ganas terribles de destetarla, pero ¡Oh! Mírala,
es una preciosidad, la tendría todo el día pegada a mi... Me vienen
ganas de decirle a Andrés que me gustaría tener otro bebé, esta
vez que sea niño; a la peque le iría bien tener un hermanito,
porque los hijos únicos salen muy malcriados y no hay quien los
soporte. Lo digo por mí, por ejemplo, y no es falsa modestia, porque
me conozco, y también por la tía Elsa, que es hija única y ya no
le queda ninguna amiga en el mundo a quien echarle la culpa de sus
desgracias. Pero estoy seguro de que él va a decir que no, que
ahora no es el momento, que la peque es aún muy pequeña y que
primero hemos de solucionar nuestros problemas. Pero yo ya tengo 38 y
voy para los treinta y nueve, y si no lo hago pronto ya no lo haré.
Entonces ¿Qué? ¿Qué hago? ?Se lo digo o no se lo digo?... Se lo
digo.
-¡Andrés!...
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