lunes, 1 de mayo de 2017


05.11.2011

Ayer, cuando su tío Ernesto le trajo un patito amarillo que hace tres veces “cuacuacua” cada vez que le aprietas la barriguita, estaba de mejor humor que hoy, puesto que le están saliendo los dientes y no para de llorar. Su padre la ha cogido en brazos y se ha callado tres minutos justos y ¡dale! vuelta a empezar. También le ha puesto el chupete, pero lo ha escupido, y luego se lo ha metido en la oreja y también en el ojo, en todas partes menos en la boca, y venga a llorar. Yo estoy tan histérica que voy a ponerme unos tapones en los oídos... ¿Dónde he puesto mis tapones? Ah, sí... aquí... Dios, que sucios están, tengo que comprarme unos nuevos, pero no los quiero de esponja porque se rompen y no duran nada. Ahora me siento mucho mejor. ¡Qué silencio! Por mi como si se desgañita. ¡Uf! entre el stress de la peque y el cansancio llevo casi tres noches sin pegar ojo. He notado que, cuanto menos duermo, más sueños tengo. Son como flashes que se van solapando entre sí; algunos de ellos son muy desagradables; el del coche que se estrella al salir del autopista con la mujer morena de las gafas de sol y la niña dentro ha sido el peor de todos. No puedo sacármelo de la cabeza. La niña, según la psicóloga, soy yo, y estoy en una situación que no puedo controlar, a punto de estrellarme... Pero ¿Y la mujer morena con las gafas de sol? ¿Quien es? Aún no lo he descubierto y, por si esto fuera poco, hace semanas que los vecinos del primer piso están de fiesta todas las noches. Es acostarte y apagar la luz que empiezan los lloros de la peque y las juergas de los vecinos. Andrés fue a decirles algo ayer. Oí como les decía de manera contundente que, o bajaban el volumen, o avisaba a la policía. Se calmaron pero hoy ya se han olvidado, no creo que el aviso que les dio fuese tan contundente.

Esta tarde las copas de los plataneros estaban llenas de luz y ha venido la madre de Andrés trayendo un peto de color rojo para la peque, que a mi me gusta mucho porque es ancho, muy cómodo y además huele bien, no como la ropa que trae Andrés de los grandes almacenes, que siempre es estrecha, barata y no te dura ni cuatro días. Cuando se ha ido, Andrés se ha enfadado conmigo porque cada vez que su madre coge en brazos a la peque dice que yo pongo mala cara. No entiendo porqué mira tanto mi cara si no le gusta. Él me ha dicho que se notaba a la legua que hoy yo estaba incómoda porque había levantado la ceja y había arrugado la nariz dos veces y se ve que eso lo hago siempre que me pongo celosa, y que lo hago sin ningún motivo, porque su madre solo viene una vez por semana, y qué menos, y que yo soy la madre de la peque y no tengo nada que temer, que ella no es una ladrona de niños. Lo de la ceja no es verdad, pero lo que si que es verdad, aunque ya lo hemos hablado muchas veces, y Andrés debería haberlo comprendido, y haberme dejado en paz de una vez por todas con el maldito tema, es que soy celosa y me pongo celosa por nada. Pero ¿Y qué?... ¿Pasa algo?. No, qué va a pasar, pero para Andrés admitir que alguien pueda tener debilidades es casi una injuria, así que Don Perfecto me ha dicho que eso no es suficiente, que debo hacer algo por evitar mis ataques de celos, o sea, corregir mi actitud, como si él hiciese algo por evitar otras cosas que a mi me molestan y en las cuales ahora no me apetece entretenerme. Con el tema de su madre enseguida se ha puesto hecho una furia como si esa mojigata insoportable, porque lo es, nunca se hubiera puesto celosa por nada, y hemos empezado a discutir justo cuando se han encendido las luces de la calle y el dueño de la pizzería ¡joder está buenísimo! estaba fumando un cigarrillo. Hemos subido el tono hasta ponernos a gritar, y a mi cuando me gritan es que no lo soporto (aunque yo también gritaba) y he agarrado lo primero que he visto, que resultaban ser sus gafas de leer, las he cogido por las patillas y cuando se las enseño él me dice: “¡ni se te ocurra hacer eso!”, pero yo estaba tan alterada que he retorcido las patillas con todas mis fuerzas, pero las muy putas no se rompían, y veía como su cara se ponía lívida, y eso me ha animado a retorcerlas muchas veces, con muchísima rabia, para fastidiarle, hasta arrancar de cuajo las bisagras. Entonces he cogido, se las he enseñado y las he arrojado al suelo con fuerza para que se rompieran los cristales en mil pedazos. Su reacción ha sido la de siempre: primero me mira con ganas de arrancarme la cabeza, pero no lo hace, y luego empieza a soltar su sempiterno discursito moral, con ese tono grave de Hamlet que me pone de los nervios. Me dice que si estoy como una puta cabra... que si me gusta humillarle... que si no me controlo ...que si esto se ha acabado... que si la peque sufrirá; como si esto último no lo supiésemos ya de sobras... y que si me pienso que las gafas son gratis. Pero es que en ese momento a mí me importaban una mierda sus gafas y así se lo he dicho. Estoy pensando que sería un buen momento para coger a la niña y largarme a casa de mi padre porque no le soporto más y es que esta casa, toda mi vida, desde por la mañana hasta por la noche, me parece una tortura insufrible. Puedo coger a la niña cuando él esté durmiendo, llenar una bolsa con su ropa, sigilosamente para no despertarle, y saldría por la puerta para no volver nunca más. Y un día me enamoraré otra vez.

La peque, claro, con tanto grito, se ha puesto a llorar y él se ha sosegado, y eso me ha hecho bajar el tono de voz y luego lo ha bajado él un poco más, y luego yo un poco más todavía, y al final nos hemos echado un par de reproches en voz muy, muy bajita, casi susurrándonos, y me he quedado súper tranquila. El ha soltado un resoplido y me ha mirado con tristeza como si yo estuviera espiritualmente a millones de kilómetros de él y ha empezado a recoger del suelo los restos de sus gafas. ¡Ohh! el estómago me ha dado un vuelco y casi me pongo a llorar cuando él trataba de reconstruir el puzzle en el que yo había convertido sus pobrecitas gafas y le he dicho que lo sentía, porque lo sentía de veras. Y él ha dicho muy abrumado: Ahora tendré que comprarme unas gafas nuevas” y se ha metido en el dormitorio cabizbajo. Lo he visto triste. Se notaba que le había afectado la discusión. Ahora veo que me he pasado, lo admito, es más, me he comportado como una mala puta, sin duda, pero ahora ya no puedo hacer nada ¿no? o sea que es mejor no pensar más en ello, además, es él quien se pone insoportable con el tema de los celos, como si los demás no tuvieran celos alguna vez. Y eso que ya le había dicho antes de comer que había hablado con mi psicóloga y que había llegado a la conclusión de que nunca más iba a aguantar nada que me molestase.

A la peque ya le toca la siguiente toma. Andrés le está cambiando el pañal. ¡Ha engordado muchísimo! Lo noté por primera vez el otro día y hasta entonces ni siquiera me había fijado, pero el otro día sí que me fijé, porque estaba de perfil en el cambiador, como está ahora. Le ha salido una barriga en forma de “B” y le cuelgan los michelines por los lados como si fuese un helado de vainilla encima de un cucurucho. También le ha salido papada, y eso, creo, es incluso peor que lo de los michelines. Debería volver al gimnasio para rebajar esos kilitos de más, porque cuando le conocí estaba delgado y ¡buf! Me viene a la memoria aquel día que íbamos en taxi, al principio de conocernos, cuando aún no salíamos pero veníamos de una fiesta, y me entraron aquellas ganas locas de violarlo allí mismo. Pero no lo hice.

La peque ya está cambiada, ahora le toca la teta. Siento un terrible dolor en el pezón que hace días que no se me va, pero a la peque eso le da igual porque se ha abalanzado sobre mi como una loba hambrienta. Andrés también se ha sentado en la cama y se ha puesto a mirar la pared blanca como una estatua de mármol, como hace siempre que sale de un enfado, sin decir ni mu. ¡Uf!... como me duele, tengo unas ganas terribles de destetarla, pero ¡Oh! Mírala, es una preciosidad, la tendría todo el día pegada a mi... Me vienen ganas de decirle a Andrés que me gustaría tener otro bebé, esta vez que sea niño; a la peque le iría bien tener un hermanito, porque los hijos únicos salen muy malcriados y no hay quien los soporte. Lo digo por mí, por ejemplo, y no es falsa modestia, porque me conozco, y también por la tía Elsa, que es hija única y ya no le queda ninguna amiga en el mundo a quien echarle la culpa de sus desgracias. Pero estoy seguro de que él va a decir que no, que ahora no es el momento, que la peque es aún muy pequeña y que primero hemos de solucionar nuestros problemas. Pero yo ya tengo 38 y voy para los treinta y nueve, y si no lo hago pronto ya no lo haré. Entonces ¿Qué? ¿Qué hago? ?Se lo digo o no se lo digo?... Se lo digo.

-¡Andrés!...

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