lunes, 24 de abril de 2017


AMORAMIGA
                                                               


     Me senté a la barra del bar, pedí una cerveza Budweisser y dirigí la mirada hacia el televisor de cincuenta pulgadas donde Lionel Messi y Neymar Jr. parecían gigantes salidos de un relato de Jonathan Swift.
    Te acercaste, llevando puesto un vestido verde y unos pendientes de cristal que centelleaban como lucecitas de Navidad y le pediste una cerveza al camarero. Tenías la piel de algodón y tus cabellos eran negros como el Mississipi. Desprendías olor de orquídea, pero no de una orquídea cualquiera, porque orquídeas las hay de muchos tipos.
"Cattleya Aurea", pensé. "La flor más bonita del mundo".
     Había leído en un libro que las orquídeas necesitan de los insectos para su reproducción y consiguen enredar con su olor a los machos de abeja que las confunden con hembras de su especie. El olor es tan apasionante para los machos que, atraídos salvajemente por el cóctel de feromonas que imitan las flores, llegan a eyacular sobre ellas. Recordé que hubo un tiempo en que regalar una orquídea era más apreciado que regalar un diamante, porque una orquídea bien cuidada puede sobrevivir varias generaciones antes de finalizar su ciclo vital, produciendo vástagos que perpetúan a la planta madre.
     Una multitud gritó: "gooooooool!", y un soldado vestido de azulgrana cogió el cuero de la red y lo llevó hasta el centro del campo, tratando de evitar a los jugadores contrarios que querían robarle la pelota. 3 a 0.
     El camarero te trajo la cerveza.
     -Son cuatro euros -te dijo.
     Miraste dentro de tu monedero y le dijiste:
     -Olvídalo. No llevo suficiente dinero.
    "Goooool", gritó un francés adolescente. Se levantó, apretando sus puños con fuerza, subiéndose a la silla para que todos admirasen su masculinidad, y se golpeó el pecho con los puños como King Kong. Entonces gritó rabiosamente: PSG, PSG somos los putos amos del mundo! »
    Yo temía que le explotara la arteria carótida y que cayera fulminado en el suelo en medio de su charco de sangre.
    Tú, harta de fútbol, saliste a la calle. Yo esperé un poco y oí de nuevo: ¡gooooooooooool! y otro jugador azulgrana cogió la pelota de la red y se fue haciendo zancadas sobre el césped hacia el punto de partida mientras los jugadores franceses trataban de hacerle la zancadilla. “Qu'est-ce que se pase, merde?” dijo el francés adolescente.
    Le pedí dos cervezas al camarero y salí a buscarte. En la calle todo se había vuelto silencio y al final te vi medio escondida entre la oscuridad.
    -¿Tienes tabaco de liar? -, Me dijiste.
    Me aproximé a ti y te lo di.
    Abriste el paquete, cogiste una pizca de tabaco y lo extendiste sobre una papelina de manera uniforme. Le pusiste un filtro con la mano libre y después hiciste un cilindro perfecto con tus dedos juguetones.
     -Ten, te he traído una cerveza -te dije.
    Éramos amigos y nos comprendíamos. Habíamos trabajado juntos algún tiempo y solíamos ser compasivos el uno con el otro. Cogiste la cerveza y le diste un trago.
    Tú fumabas y bebías y yo sólo bebía y trataba de mirarte y de no mirarte porque no quería parecer ni discreto ni indiscreto.
    De repente, me diste un besó en los labios.
    -¡Joder! Pensé.
    -Me apetecía-dijiste-... ¡Salud! - Y nuestras botellas se juntaron con un sonido metálico y estridente.
    Nos quedamos en silencio unos instantes mientras yo sentía los latidos de mi corazón, el llanto de un niño muy lejano y algunas sombras humanas perdiéndose por un viejo callejón.
    -Tengo frío -me dijiste cruzando los brazos sobre tu pecho, y un humo azulado salió de tu boca y se fue hacia arriba haciendo divertidos rodeos en la noche.
    Me quité la chaqueta, te cubrí los hombros y me abracé a ti. Te besé al oído y sentí tu piel que se erizaba. Busqué tus labios y entreabriste la boca, dejando que aquel espacio, húmedo y amoroso, hiciera de puente hasta mi alma. Te besé con toda la pasión de la que fui capaz y brotaron de mí todos los astros del universo desparramados.
Gooooool!" oí como decían unas voces. Pero no me importaba nada. Sólo quería besarte y que me besaras.
    Fue un beso dulce y largo y tuve que hacer un esfuerzo enorme para no caer como un líquido en el asfalto y fusionarme.
    Nos separamos y nos volvimos a mirar. Cogí tu mano y estaba caliente.
    -Tengo que irme -me dijiste retrocediendo.
    -¿Nos volveremos a ver? -te pregunté cogiéndote con fuerza -... ¡Por favor!.
   Te fuiste y yo me quedé allí, reviviéndote, quizá segundos, quizás horas, o toda la eternidad, porque el tiempo contigo es así de relativo.
    De repente oí: "GOOOOOOOOOOOOOOOL!" y las calles empezaron a llenarse de gente, que cantaba y bailaba alocadamente, ondeando banderas azulgranas y gritando que los milagros existen (aunque no se suelen dar dos veces seguidas).
    Un frío helado penetró mi cuerpo. Noté que no llevaba la chaqueta y recordé que te la habías llevado.
    Di media vuelta y salí de allí pitando, caminando con una extraña sensación de ligereza y libertad.
    Y entonces, dije: "amoramiga", muchas, muchísimas veces, con la esperanza de que esta palabra viajaría por el espacio hasta encontrarte.







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